Por Jorge Pedro Colmán. En 1974, Alberto Bernardo Sechi se convirtió en el primer alumno varón en inscribirse en el histórico Colegio General San Martín, de José C. Paz, una institución fundada y dirigida hasta entonces exclusivamente para mujeres por la Congregación Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad. Su testimonio, cargado de anécdotas entrañables, da cuenta no solo de una experiencia personal, sino también de un cambio de época en la educación argentina.
El Colegio General San Martín del Cruce
En José C Paz en la década de 1940 se encontraba la Casa de Religiosas, pertenecientes a la “Congregación Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad”, llamada “Hogar Santa Coleta”. Se dedicaban a la educación de los niños y niñas de las casas vecinas, en una pequeña Capilla anexa a esta.
Posteriormente, se comenzó a construir el edificio del Colegio Gral. José de San Martín, nivel Primario. A partir del 2 de abril de 1951 se comenzó a impartir la enseñanza según el programa oficial desde 1ra inferior hasta 4° Grado haciéndose cargo de la misma las religiosas. En ese momento el número de inscriptos eran 66 varones y 78 mujeres. En el año 1957 se produce la apertura del nivel secundario para señoritas y en 1970 las primeras salas de Nivel Inicial.
Una secundaria de señoritas
En nuestro país, los liceos de señoritas surgieron a principios del siglo XX como equivalentes femeninos de los colegios nacionales masculinos, con el objetivo de brindar a las mujeres acceso a la educación secundaria y, posteriormente, a la universidad. El primer Liceo Nacional de Señoritas se creó en 1907 en Buenos Aires, permitiendo a las mujeres acceder a carreras liberales.
El Reportaje a Alberto “Mohamed” Sechi
Un nacimiento casi ferroviario
“Mis padres y mi hermana ya vivían en Grand Bourg, cerca del campo La Juanita”, cuenta Alberto. “Cuando mi mamá sintió las contracciones, subió al tren rumbo a la Maternidad Santa Rosa, en Florida. Pero no llegó: tuvo que bajarse en Los Polvorines, donde finalmente nací el 20 de septiembre de 1960, en el hospital local”. La partera fue una tal Trujillo, figura reconocida en la zona por aquellos años.
Desde entonces, su vida estuvo estrechamente ligada al partido de Malvinas Argentinas, donde transcurrieron su infancia, su adolescencia y, en gran parte, su vida adulta.
Infancia en Grand Bourg: del barro al aula
Los recuerdos de la niñez están impregnados de imágenes sencillas pero inolvidables: el barro en los caminos rumbo a la escuela, los comercios de la actual avenida Eva Perón (ex Grand Bourg) y su padre llevándolo todas las mañanas en un Renault 4L. Hizo su primaria en Nuestra Señora de Lourdes hasta cuarto grado, y luego continuó en el Instituto Evangélico Argentino (IEA), “el evangélico de guardapolvo azul”, como lo recuerda con afecto.
El dilema de la secundaria y un paso histórico
En aquellos años, Grand Bourg no contaba con una escuela secundaria. La decisión sobre cómo continuar los estudios no fue sencilla. “Mi madre no quería que fuera a una escuela industrial; según la orientación vocacional, debía ser perito mercantil. Me anotó en el colegio Fátima de Del Viso, pero se enteró de que por primera vez estaban inscribiendo varones en el colegio General San Martín, de las monjas del Cruce de José C. Paz. Salimos corriendo y me inscribió. Así fue como me convertí en el primer alumno varón de la historia del colegio”.
La llegada al colegio de mujeres
“El día de la inscripción fui vestido con jeans y una chomba blanca. Me entrevistaron la vicedirectora y un profesor, quienes con el tiempo se volvieron entrañables. Había cientos de mujeres y apenas siete varones. Fue un acontecimiento”, relata.
La adaptación no fue sencilla. En una institución tradicionalmente femenina, la llegada de alumnos varones generó resistencias, especialmente entre las alumnas de los cursos más avanzados. “Nos pusieron en el curso B, como parte del ‘experimento masculino’. Las chicas del A no querían saber nada con nosotros. Pero a partir de segundo año, mi compañero y yo fuimos trasladados al A... en medio de la tormenta”.
Amores, anécdotas y tensiones
Su paso por la secundaria estuvo marcado por un sinfín de anécdotas, algunas de las cuales recuerda con humor. “Mi ex-esposa, que era compañera mía, me odiaba al principio. Yo la molestaba a propósito. Mi mamá me mandaba sanguches de milanesa con huevo frito y morrones; ella no soportaba el olor a frito. Después convivimos y me confesó que no lo soportaba. Parece que así la conquisté”.
También recuerda un episodio con la Hermana Caridad, una figura influyente pero sin rol docente, quien los sorprendió (con su actual esposa) en una situación romántica en las inmediaciones del colegio. “Estábamos besándonos contra la ligustrina cuando apareció de la nada, como surgida de la tierra, y nos llevó directo a dirección. Fue desopilante”.
Uniformes, cambios y convivencia
En un principio, los varones no tenían uniforme. Más tarde, se les ofreció la posibilidad de elegir entre guardapolvo blanco o pantalón gris con blazer azul y corbata. Eligieron el blazer “para no parecer de primaria”.
A pesar de los choques iniciales, la convivencia fue mejorando con el tiempo. “Al principio nos despreciaban, no querían ni que nos sentáramos cerca. Con el tiempo, nos terminamos integrando por completo”.
Una promoción inolvidable
Sechi cursó desde 1974 hasta 1978, una etapa que considera fundamental en su vida. “Fuimos la promoción más divertida y querida, según muchos profesores y la propia rectora. Al finalizar, nos fuimos de viaje de egresados a Unquillo, Córdoba. Éramos como una gran familia. Nos cocinábamos, limpiábamos, lo hacíamos todo. Fue un viaje inolvidable”.
La educación de entonces y el rol familiar
Consultado sobre las diferencias con la educación actual, Alberto señala: “Antes no había diferencias en los contenidos educativos entre varones y mujeres. Sí existía una estructura social distinta: las madres estaban en casa, los chicos respetábamos a la autoridad. Hoy todo cambió, y no siempre para bien”.
Recuerda también una clase sobre sexualidad y aborto que dejó huella en todos. “Pasaron una película con imágenes muy fuertes. Varias chicas se desmayaron. No había drogas, ni relaciones sexuales. Éramos muy ingenuos. Hasta los profesores lo eran”.
Maestros entrañables y homenajes
Al hablar de figuras que marcaron su vida escolar, Sechi menciona con especial afecto a Beatriz “Coca” Martínez, una docente muy querida, fallecida a los 93 años, quien continuaba participando de los encuentros de exalumnos hasta sus últimos días. También recuerda con tristeza a Evangelina Lana de Rivarola, la vicedirectora, fallecida trágicamente en un accidente, y al profesor Daniel Gaete, su amigo, víctima del COVID.
Un legado colectivo
Hoy, Alberto y sus compañeros mantienen una fuerte conexión a través de redes sociales. “Con Facebook nos reencontramos todos: compañeros, profesoras, incluso las menos sociables de entonces. Somos como una gran familia. Conversamos todos los días”.
Su historia no es solo la de un joven que abrió una puerta en una escuela de mujeres, sino la de una generación que vivió la transición de una educación tradicional a un modelo más inclusivo, donde el aula fue mucho más que un espacio de aprendizaje: fue el escenario de la amistad, el amor, el cambio social y la construcción de identidad.
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